Fraternidad Cívica
El Cementerio Civil de Madrid siempre ha sido un sitio casi prohibido y olvidado; lo fue en su momento por albergar en él a las personas que no debían/querían/podían ser enterradas en la parte católica, véase niños sin bautizar, suicidas y practicantes de otras religiones o ninguna y actualmente no es que tenga un buen trato por parte de la Administración.
Pero este cementerio encierra a su vez entre sus muros mucha historia de España, literaria, de reformas y política; el cementerio civil de Madrid es un recinto donde varios amigos están enterrados cerca por propia voluntad.
Y fueron varias viudas e hijas de estos grandes hombres allí enterrados las que crearon la Fraternidad Cívica, una asociación dedicada a la guarda y mejora de este cementerio, abandonado desde sus principios por el Ayuntamiento.
La idea surgió de Doña Catalina García, viuda de Nicolás Salmerón. Miguel Morayta, encantado con el proyecto, redactó los estatutos de la asociación y reunió a las familias, disponiendo la junta directiva de la siguiente manera:
Presidentas honorarias: Catalina García, por supuesto, Leonor Pi, viuda de La Guardia y Consuelo Álvarez.
Presidenta: Rosario Meca, viuda de Maher.
Vicepresidentas: Catalina Salmerón y Petra Ambite de Ayuso.
Tesorera: Rosa Cabrera de Ibarra
Secretaria: Otilia Solera
Diez vocales, una comisión ejecutiva compuesta por tres inspectoras y un asesor, Miguel Morayta.
Al poco de crearse la asociación fallece Don Miguel; es un fuerte palo para las señoras de la asociación ya que temen que esta desaparezca, ya no sólo por la falta del elemento masculino que necesitábamos para que nos hicieran casito, como por el desánimo repentino de las integrantes.
Pero no fue así, porque entre ellas mismas se animaron enviándose cartas de apoyo y aliento:
“¡Adelante pues! Sigamos la obra de embellecimiento de nuestro cementerio encauzada por el hombre ilustre cuya muerte lloramos; que la humildes mujeres sepamos realizar lo que nos hemos propuesto, que es el embellecimiento de aquel recinto abandonado”
Había mucho trabajo por hacer. El cementerio, al que llamaban las malas lenguas “el corralillo” por su deplorable estado, necesitaba muchas mejoras.
Así que Consuelo Álvarez y Quintina Márquez se pusieron manos a la obra para conseguir una autorización del Ayuntamiento que las dejara encargarse de las mejoras del lugar.
La primera, un jardinero que acabara con todos los matojos y lo llenara de árboles y flores como el resto de cementerios de Madrid. Una vez conseguido este, necesitaban algo muy importante: agua con la que pudieran regar las plantas. Así que nuevamente fueron a Ayuntamiento y allí les prometieron una boca de riego. Y la pusieron, es la fuente que hay junto a la puerta.
Ahora había que ponerle las flores. La comisión se encargó de poner macetas con las flores elegidas por cada familia en las tumbas, y el jardinero empezó a plantar árboles que dieran sombra a los visitantes. Aquel corralillo empezaba a tomar vida.
Pero había personas en el Ayuntamiento que no estaban de acuerdo con esta reforma. El Sr. Carnicer, concejal republicano, dijo que aquello rompía con la estética del cementerio como un sitio triste y lúgubre donde según él sólo había que ver lápidas, y lanzó un bando en el cual prohibía las flores en el cementerio civil y había que quitar las que ya había.
Las señoras de la asociación, haciendo caso omiso de la rabieta del buen señor, llenaron el cementerio con más flores aún.
No sólo se dedicaron a hacer cosas de señoras cuquis: colocaron lápidas a fallecidos que aún no los tenían, promovieron recaudaciones (y participaron en ellas) para levantar mausoleos por prescripción popular, como el de García Vao y buscaron tumbas desaparecidas.
En verano iban diariamente al cementerio y en invierno una vez a la semana. Además realizaban homenajes y visitas por el cementerio varias veces al mes, organizando las salidas desde Manuel Becerra. El segundo y tercer domingo del mes de Mayo, llevaban flores a todos sus habitantes.
Socialmente, promulgaron el que nadie recibiera la extrema unción si no lo deseaba; en los hospitales promovieron la creación de salas aparte donde los no creyentes no fueran molestados y obligados en el lecho de muerte a aceptar una muerte cristiana. Buscaban el laicismo derecho al laicismo en la muerte y el entierro.
Crearon dentro de la asociación la “sección de socorros mutuos” daban una pequeña cantidad de dinero a cambio de lo que necesitaran si surgía un imprevisto; una especie de seguro como el que conocemos ahora.
Llegaron a ser más de 500 socias; los hombres también podían hacerse “socios protectores” dando como mínimo un cuarto de peseta.
20 años duró la asociación, antes de que la Guerra Civil acabara con ella.