Las joyas y el luto, de la mano de la reina Victoria

Los amantes del siglo XIX ven en ella un referente a casi todos los niveles. La reina Victoria va dar nombre a esa maravillosa época, la victoriana, donde el estilismo, las joyas y el luto se van a dar la mano en una combinación extraordinaria.  Su reinado fue el más longevo hasta que su tataranieta, la reina Isabel II de Inglaterra, le ha quitado el récord. La monarca subió al trono en 1837 y además de todos los acontecimientos históricos y políticos que marcan su trayectoria, es innegable su influencia en la moda y la joyería. También en la del luto. La reina se queda viuda en el año 1861 y a partir de ese momento va a vestir de un luto riguroso. El negro será su único color de estilismo y ello, unido al desarrollo de las estructuras de los vestidos femeninos – Las jaulas de oro, las llamó el museo del Traje en una exposición- hace que la moda del luto sea uno de los puntos a estudiar de su reinado. Trajes cada vez más estructurados y vestidos que daban volumen y esplendor sobre todo al género femenino. Incomodidad, también. Sobre todo, para esas mujeres que habían de sentarse con el miriñaque o crinolina, puesto que en sus inicios dificultaba casi hasta lo imposible sentarse a quien lo llevara. 

Posteriormente, se transforma ligeramente para dejar hueco en la parte trasera y que, de ese modo, la fémina pueda sentarse. Evolucionará desde el miriñaque hasta el polisón y con esa evolución irá de la mano también la moda del luto. La época victoriana dará pábulo además al movimiento romántico que no acepta la pérdida total de la persona después de morir y va a promover su recuerdo como epílogo a la vida. Se va a elaborar el relato del recuerdo y sobre todo lo van a elaborar las mujeres. En el siglo XIX el papel de la mujer está en el hogar, es el ángel de la casa y por lo tanto se erige en guardiana del recuerdo. Todo bajo la estricta mirada del protocolo y de una sociedad que ha normalizado la muerte hasta tal punto que hay manuales y normas de cómo guardar el luto que se publican en revistas y están al acceso de las clases medias y por supuesto, las altas. 

De la mano de la vestimenta se va a desarrollar la joyería del luto, del latín lutus: dolor; dolor emocional, no físico. Los romanos impusieron en el siglo II el blanco como color oficial del luto, aunque en 1502 los Reyes Católicos promulgaron el color negro como color oficial en señal de duelo por la pérdida de un ser querido. El cambio del blanco al negro se había producido ya años antes. En realidad, es mucho más práctico la utilización del negro que la del blanco de cara a la necesidad de cambiarse más a menudo que tiene el color blanco, requisito que no todo el mundo se podía permitir. Con el negro como color, las joyas también van a teñirse de piedras de color oscuro. La hematita, el azabache, la obsidiana o el ágata negra se engarzan en joyas maravillosas que adornan a las mujeres en el siglo XIX: pendientes, broches, pulseras, collares, anillos, gargantillas…

Cualquier elemento de la joyería tradicional se convierte en parte del estilismo del luto, tan de moda en la época victoriana. Además de mostrar ese dolor, esa falta de luz porque las tinieblas en las que hemos entrado al perder a nuestro ser querido, de paso, demostramos poder adquisitivo y nivel de estatus social. La joyería es explícitamente una muestra del dolor y de la pérdida. Actualmente hemos pasado a una joyería del sentimiento, de un recuerdo interior y no explícito. En el siglo XIX la joyería evidencia esa pérdida a través de las piezas de color negro y de la propia simbología de las joyas.

Mientras tanto, en un mundo paralelo, el ingeniero británico Thomas Hancock y el autodidacta Charles Goodyear trabajaban, sin saberlo ninguno de los dos, en un nuevo material que además de para el mundo del motor, supondría una democratización de las joyas. Ambos llegarían a fabricar lo que conocemos como caucho vulcanizado (en homenaje al dios Vulcano porque el material se endurece con el calor) aunque dicen que fue el norteamericano el que primero lo ideó y que Hancock se aprovechó de los avances del Goodyear. Sea como fuere, el nuevo material dio para mucho, no solo para las ruedas de los coches sino también para usos odontológicos y para joyería. ¿Cómo es posible? Porque el caucho vulcanizado, tratado y preparado, da el pego como azabache lo que hace que una joya hecha con este material sea mucho más barata y por lo tanto más accesible para los bolsillos. 

Las joyas, al igual que el resto del estilismo van a seguir el patrón del luto y van a incluir además un elemento que, con la perspectiva del siglo XXI, nos va a dar mucho de qué hablar: el cabello humano. Os hablaremos de las joyas hechas con pelo en otro post, cómo no. 

Ainara Ariztoy