Simbología funeraria: Tempus fugit

El símbolo, universalmente conocido, del reloj de arena con unas alas recibe el nombre de Tempus fugit. Una máxima latina que se puede traducir como el tiempo huye y que nosotros traducimos por el tiempo vuela, en referencia a esas alas.

Se ha comentado mucho que esta locución proviene de unos versos de Virgilio: «Sed fugit interea, fugit irreparabile tempus» . Que vendría a significar algo así como “Pero entre tanto huye, huye irreparable el tiempo”. Este tema es muy utilizado en la literatura, sobre todo durante el barroco, pero nuestra entradas van más centradas al arte por lo que nos disponemos a viajar por la historia del arte y su visión del tempus fugit. 

A pesar de su procedencia clásica, el tópico del tempus fugit se manifiesta sobre todo a partir del siglo XV, momento en el que la burguesía comienza a tener poder y el dinero se hace imprescindible. La clase alta mejora su nivel de vida, por lo que se produce un cambio en cuanto a la forma de ver la muerte, que ya no será una forma de acceso a la vida eterna, sino un abrupto fin. Este espíritu es el que mueve el dicho popular de “el tiempo es oro”, visión burguesa del tópico latino.

El barroco es un momento en que el tópico de la fugacidad de la vida está muy presente, aunque sus representaciones estéticas se alejan del reloj alado. Si bien, el reloj de arena con su fluir continuo entre arroba y abajo, se pueden encontrar en algunos óleos no lo hacen de forma habitual.

En el siglo XIX el reloj de arena con alas se va a encontrar en muchos recintos cementeriales, posiblemente influenciados por la iconografía masónica que lo incorpora a sus monumentos funerarios, como referencia a una de sus ceremonias de iniciación. El símbolo del tiempo que huye se convierte, de esta forma, en la representación gráfica de una idea, la de que el tiempo vuela, que la burguesía decimonónica recoge con gusto.

Pero el tema iconográfico  no se agota ahí, Salvador Dalí nos trajo este tópico en forma de relojes blandos, que se derretían con el pasar del tiempo en su obra La persistencia de la memoria de 1931, con lo que se demuestra la pervivencia del tópico bien entrado el siglo xx.

Helena Román